martes, 19 de diciembre de 2017

Sexualidad y Discapacidad

El abordaje de la  sexualidad tiende a hacer una temática muy estigmatizada y controversial a nivel sociocultural y aún más, cuando está orientada a la población con discapacidad intelectual.


Generalmente, la sociedad establece prejuicios y mitos entorno a la sexualidad de las personas con discapacidad, propiciando en las familias  involucradas,  incertidumbre y sentimientos de temor. Algunas veces, esto los lleva a tomar acciones precipitadas o erróneas, como evadir y reprimir el abordaje de estos temas, dificultando así, el cumplimiento de los derechos de educación y de sexualidad de esta población.

Según establecen Olavarrieta, Darín, Suárez, Tur, Besteiro, Gómez y Gómez (2013) los mitos y estereotipos negativos que engloban la sexualidad de las personas con discapacidad intelectual dificultan el desarrollo de una cultura inclusiva y el cumplimiento de las leyes que promueven la equiparación de oportunidades.


A pesar de los grandes esfuerzos que se han hecho a nivel legal para respetar los derechos de esta población, se evidencia un gran desconocimiento de estos por parte de la sociedad, lo cual limita el abordaje de esta temática. Por esta razón, surge la necesidad de generar tanto en el contexto familiar, como en el ámbito social un cambio actitudinal en torno al abordaje de la sexualidad de las personas adultas con discapacidad intelectual. 

Además, se destaca que, habitualmente la realidad que enfrentan las personas con discapacidad con respecto  a su sexualidad, está rodeada de información errónea o carencia de la misma y sobretodo de una limitada educación, puesto que, los padres o cuidadores prefieren evadir estos temas y aún más preocupante, infantilizan a esta población manteniendo una perspectiva de sujetos asexuados.

Conceptualización de Discapacidad Intelectual


La Organización Panamericana para la Salud (citada por Rivera 2008) define la discapacidad como una “condición humana que puede ser de origen multicausal, ya sea por condición genética, pobreza, desnutrición e inadecuados hábitos de salud e higiene, enfermedad o accidente laboral, deportivo, recreativo y de tránsito, contaminación ambiental, violencia política, social y estructural, etc.” (p.157)

Desde otra perspectiva González (2005) plantea que la discapacidad podría interpretarse como “una forma de opresión que conlleva limitaciones sociales, producto de entornos inaccesibles, de actitudes hostiles hacia estas personas o de la incapacidad de la sociedad para lograr una interacción eficaz con ellas.” (p.56)

Sin embargo, Schalock (citado por Morentin, Arias, Rodríguez y Verdugo, 2012) fundamenta que hoy en día la discapacidad se enfoca en un paradigma emergente, que propicia de tal forma, una nueva perspectiva de comprender la discapacidad, como un elemento cambiante y continuo, que resulta de la interacción entre las demás personas y su entorno. Del mismo modo, este paradigma se caracteriza por cuatro aspectos, la  adaptación,  la competencia personal, el  bienestar personal, las limitaciones funcionales y los apoyos individualizados.

No obstante, Katz (citado por Morales et al. 2011) argumenta que a lo largo de la historia la terminología de discapacidad intelectual ha manifestado diversas modificaciones, puesto que con anterioridad se implementaban términos peyorativos para referirse a esta población así como deficiencia mental o retraso mental. 

De acuerdo a lo planteado por Romero (2010)
en los últimos cuarenta años, ha habido, una serie de definiciones acerca de los que es retardo mental, en muchos libros y textos aducen que es la incapacidad de un individuo para adaptarse a su medio intelectual y social por deficiencias neurológicas impidiendo su plena realización como persona. (p.142)

 Asimismo, Verdugo (citado por Valdivia, 2013) establece que desde finales de los años ochenta la conceptualización de retraso mental ha experimentado múltiples modificaciones, en cuanto a la implementación de la terminología de retraso mental o discapacidad intelectual.

El carácter peyorativo del primer término al segundo, es el  motivo por el que se pretende sustituir este concepto. Este proceso de cambio pretende que la discapacidad intelectual sea visualizada desde un enfoque que dé lugar a la persona como cualquier otro individuo de la sociedad.

 Por otra parte, Valdivia (2013) establece que las concepciones con las que se denominaba con anterioridad a la discapacidad intelectual se enfocaban en determinar el nivel de gravedad de la discapacidad e identificar las causas de la misma, es decir, se enfatizaban exclusivamente en la deficiencia. Sin embargo, actualmente se realiza una evaluación integral de la persona y sus necesidades, sin dejar de lado el estudio de la discapacidad.

 Aunque, a partir del 2004 se ha logrado la aprobación a favor del uso del término de discapacidad intelectual; la Organización Mundial de la Salud (OMS) efectúa el término de discapacidad intelectual como sinónimo de retardo mental y la Asociación Americana de Retardo Mental (AAID), cambio su nombre a Asociación Americana para Discapacidad Intelectual (AAIDD).

 Puesto que, según fundamenta Ladrón, Álvarez, Sanz, Antequera y Muños (2013) en el DSM-IV-TR se implementaba la terminología de retraso mental, la cual se denomina como la capacidad intelectual significativamente inferior al promedio, en un rango de Coeficiente Intelectual de 70 o menor, obtenido por evaluación realizadas mediante test de inteligencia dirigidos individualmente.

Esta capacidad intelectual manifiesta a la vez, un déficit significativo en el comportamiento adaptativo en dos o más de las áreas de habilidad, así como, habilidades sociales interpersonales, comunicación, utilización de recursos comunitarios, autocontrol, cuidado de sí mismo, salud y seguridad, trabajo, habilidades académicas funcionales, ocio y vida doméstica. Considerando además, que estas manifestaciones deben presentarse antes de los 18 años de edad.

Por otra parte, incursionando con una novedosa terminología y conceptualización menos peyorativa el DSM-5 (2013) define discapacidad intelectual como un déficit en el funcionamiento intelectual, diagnosticado mediante tests de inteligencia estandarizados aplicados individualmente por evaluaciones clínicas.

Asociada a esta condición, se exterioriza un déficit en el funcionamiento adaptativo, lo cual limita el funcionamiento en una o más actividades de la vida cotidiana, así como la participación social, la vida independiente y la comunicación, en los diversos contextos en los que se desenvuelve, donde dichos déficit aparición durante el período de desarrollo. Por consiguiente, la Asociación Americana para Discapacidad Intelectual (citada por Díaz, Gil, Ballester, Morell y Molero, 2014) “destaca la importancia de atender a las limitaciones que estas personas muestran no solo en el funcionamiento intelectual sino, sobre todo, en la conducta adaptativa.” (p.416)

Sexualidad

De acuerdo a lo establecido por Rivera (2008) la sexualidad no se aparta de la persona con discapacidad, sino que forma parte integral en ella, debido a que la sexualidad es un componente esencial para el desarrollo de la personalidad, por consiguiente todas las personas la poseen y tienen la oportunidad de experimentarla de manera particular.

Para argumentar lo anterior, Morales et al. (2011) opina que la sexualidad es la necesidad básica del ser humano que se desarrolla de manera particular e individual, formando parte integral de la persona y de su vida; la cual está presente en las expresiones humanes cotidianas al relacionarnos con los demás.

No obstante, el Departamento de Educación Integral de la Sexualidad Humana (DEISH) del Ministerio de Educación Pública (citada por Rivera 2008) exterioriza que la sexualidad es
un elemento básico de la personalidad, un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, de expresarse y de vivir el amor humano y es parte integrante del desarrollo de la personalidad y de su proceso educativo; en el sexo radican notas características que constituyen a las personas como hombres y mujeres en el plano biológico, psicológico, social y espiritual. (p.160)


Desde otra perspectiva, Rivera (citado por Chaparro, 2009) argumenta que la sexualidad “es un componente muy esencial para nuestro desarrollo e identidad, es un medio que nos permite expresar lo que sentimos, las emociones, afectos y un proceso de comunicación.” (p.3)

Asimismo, Miller (citado por Chaparro, 2009) fundamenta la sexualidad “como componente de la personalidad humana, involucra no tan sólo aspectos biológicos, sino también psicológicos, sociales, culturales, morales, religiosos y aun económicos. La sexualidad no puede entenderse, independiente de principios étnicos, morales y religiosos, característicos de una determinada cultura.” (p.14)

Sin embargo, Romero (2010) define que  la sexualidad “no es solo un componente más de la personalidad, sino la forma general en que el individuo se manifiesta así mismo y ante los demás como pertenecientes a una determinada clase de su especie.” (p.14-15)


Con otro criterio, Caricote (2012) plantea que la sexualidad es “un proceso de aprendizaje que evoluciona a lo largo de nuestras vidas y forma parte activa e inseparable de quienes somos porque involucra nuestras conductas, interacciones y relaciones con las demás personas.” (p.400-401)



De igual manera, Cordero y Rodríguez  (citados por Chaparro, 2009) argumentan que la sexualidad es un hecho de vida, que funciona como una unidad inherente del ser humano, donde cada una de sus partes no se pueden contemplar de forma aislada, por lo contrario, se visualiza en un enfoque holístico, que procura entender a la persona total en sus diversas circunstancias interactuantes. Por consiguiente, Porres (2012) fundamenta que la sexualidad debe entenderse como una modalidad global del propio ser personal implicado en el tejido de sus relaciones con los demás y con su entorno, por tanto empieza con la vida misma de la persona y se va moldeando y desarrollando a lo largo de toda su vida. (p.52)

Dimensiones de la sexualidad


Según lo planteado por Salas y Campos (citados por González, 2005) la sexualidad humana está relacionada con la forma cómo las personas comparten pensamientos, sentimientos y vivencias; así como, las relaciones interpersonales que se establecen con las demás personas, en donde se manifiesta afectividad, aunque no sea de tipo genital o coital.

Por su parte, Romero (2010) argumenta que la sexualidad humana “vinculada a la afectividad y a los valores, ampliando su esfera más a la de la función reproductora y de la mera genitalidad y quedando englobada en el ámbito del erotismo”. (p.14)

Consecuente a ello, Valdivia (2013) establece que la temática en torno a la sexualidad parece estar dirigida a la genitalidad y la acción coital, cuando deberían de desarrollar otros elementos inmersos a la sexualidad, puesto que, la sexualidad humana es tan compleja que está constituida por tres dimensiones, la reproductora, la erótica y la afectiva o relacional.  No obstante,  De Dios, García y Suárez (2006) señala que “la sexualidad tiene tres funciones esenciales, la reproductiva, la recreativa y la relacional. 

 Asimismo, Navarro (s.f.) argumenta que la sexualidad humana permite el desarrollo de tres dimensiones esenciales, las cuales están intrínsecamente vinculadas pero difieren entre sí:
Dimensión Relacional. Hace referencia a todo lo que la sexualidad posee de interacción, de comunicación, de encuentro, de expresión de afecto, sentimientos y emociones: establecimiento de vínculos afectivos libres, intercambio y comunicación de afectos, deseos, fantasías. Dimensión Recreativa. Engloba todo lo que la sexualidad tiene de gratificante, de placentero, de fantasioso, de ilusión, etcétera: uso lúdico y recreativo de la sexualidad en libertad y respeto, derecho a la autoestimulación y al propio placer. Dimensión Reproductiva. Se refiere a todos los aspectos de la procreación, la dimensión de ser padres, etcétera. (p.17)

Por su parte, Rubio (citados por Navarro y Hernández, 2012) fundamenta la existencia de tres modelos de componentes sexuales, entre ellos se destaca la dimensión de reproductividad no sólo es el acto biológico de procrear y ser procreador, debido a que existen personas que biológicamente no se reproducen pero expresa su reproductividad encargándose del crecimiento de otros. El erotismo considerado como la dimensión humana que procede de la potencialidad de experimentar placer sexual y por consecuente, la dimensión relacional, la cual es considerada como la potencialidad humana para establecer vínculos afectivos.
  
Con respecto a esta última dimensión, Navarro, Torrico y López  (2010) argumentan que las personas con discapacidad intelectual “pertenecen a una minoría a la que tradicionalmente se le ha negado toda posibilidad de resolver sus necesidades afectivas y sexuales, entre otros motivos, debido a la concepción reduccionista de la sexualidad que ha existido durante años.” (p.76)


Consecuente a lo anterior Valdivia (2013) deduce que “la sexualidad no es sólo el sexo ni el coito ni la simple genitalidad; la sexualidad va mucho más allá. Es una parte de la personalidad que acompaña al ser humano desde que nace hasta que muere.”(p.26)

Sobreprotección; un estilo de crianza orientado a la persona con discapacidad


            De acuerdo a lo planteado por Manjarrés (2012)
la protección en la crianza de personas con discapacidad fluye como algo innato por mediar una condición de vulnerabilidad, es una de las responsabilidades de los padres y las familias, pero además es más sentida cuando media una situación de discapacidad. Es importante entonces comprender las distintas acciones reactivas de protección que generan los padres ante el miedo y los dilemas que traen la socialización, el desenvolvimiento de los hijos (as) y los diversos riesgos que el ambiente puede presentarles. Sin embargo, cuando estas acciones reactivas se convierten en situaciones que vulneran los derechos y afectan el desarrollo de procesos de autonomía e independencia, hablamos entonces de sobreprotección. (p.112)

Aunque, según Hernández (2008) los padres o cuidadores de personas con discapacidad realizan acciones de sobreprotección producto de los múltiples temores que se generan en torno a la sexualidad de sus hijos, evitando así la aparición de conductas sexuales. Se destaca que estas acciones no impedirán el desarrollo sexual de esta población, puesto que el ámbito social en el que nos desarrollamos está rodeado de múltiples estímulos sexuales.  No obstante, Navarro y Hernández (2012) opina que la sexualidad “está presente durante toda la vida y pese a la sobreprotección de los padres.” (p.197)

 Por su parte, Insa (2005) plantea que
su excesiva preocupación por protegerlos es consecuencia de que no se le considera capaz de protegerse por sí mismo frente a situaciones conflictivas. En estas circunstancias, se opta por la solución más rápida y sencilla, pero también más perjudicial para el sujeto: negar su sexualidad; en vez de capacitarle para hacer frente a esas situaciones. (p.337)

Desde otra perspectiva, García (citado por Valdivia, 2013) fundamenta tres  mecanismos de sobreprotección referentes a la sexualidad de las personas con discapacidad, en primer instancia, hace mención a la negación existencia de su sexualidad, desde una perspectiva de infantilización, en segundo término, la impermeabilidad de información o contenidos referentes a la sexualidad y por último, la represión de sus conductas sexuales mediante acciones frecuentes de vigilancia y protección, influyendo así en su desarrollo no solo sexualidad, sino también la dimensión relacional de su sexualidad.

Sin embargo, Hernández (2008) externa que estas grandes acciones de defensa que se propician para sobreproteger a las personas con discapacidad intelectual generan efectos contrarios, incrementando y multiplicando las limitaciones de integración y la normalización de esta población.  Desde la misma perspectiva, Porres (2012) plantea que “con esto se ha tratado de ocultar al individuo y se ha provocado así en estas personas un efecto de reducción en su auto estima, en su autoimagen y, en consecuencia, también en su conducta en el aspecto sexual.” (p.50)


Por consiguiente, Romero (2010) plantea que es necesario anticipar contextos seguros y protegidos a las personas con discapacidad intelectual, sin recurrir a la sobreprotección, ayudarles a desarrollar destrezas de autocuidado y autoprotección en su entorno. 

Mitos y prejuicios acerca de la sexualidad de las personas con discapacidad

 De acuerdo a lo planteado por Rivera (2008) las dificultades para abordar la sexualidad del colectivo con discapacidad se derivan de los múltiples mitos que rodean esta temática y no de la deficiencia individual propiamente.

Según Morales et al. (2011) los mitos son rumores sin fundamentos que se convierten en creencias cuando toda la comunidad desea que sea verdad y es así como toma fuerza a nivel cultural y se va transmitiendo y construyendo a través de generaciones en el contexto al que pertenece y por referencias familiares. Con otro criterio, la Enciclopedia Libre Universal en Español (citado por Rivera 2008) señala que un mito es considerado como “un relato que tiene una explicación o simbología muy profunda para una cultura. El término es utilizado a veces de manera peyorativa para referirse a creencias comunes de una cultura.” (p.163)

Por otra parte, Hernández (2008) establece que durante mucho tiempo la sociedad ha generado una serie no solo de mitos, sino que también múltiples perjuicios en cuanto a la sexualidad de las personas con discapacidad, surgiendo así, la ideología de que esta población no tiene sexualidad, siendo considerados  como personas asexuadas, propiciando así la implicación de dos errores.

En primer término, especularlos como seres asexuados y en segunda instancia, considerar que no tienen sexualidad; lo cual concluye que las personas con discapacidad intelectual no requieren de información sexual y por consiguiente, no necesitaran recibir educación referente a esta temática.

Morales et al. (2011) establece que la sexualidad “ha sido vista como un tabú y más aún cuando se trata de hablar de la sexualidad de las personas con discapacidad ya que se los ha visto como seres asexuados.” (p.123)

Según Hernández (2008)
la aceptación del ser humano como un ser sexuado conlleva a un desarrollo íntegro de las personas, siendo la sexualidad parte integrante del desarrollo psicoafectivo debe ser reconocida y admitida para las personas con discapacidad intelectual, grupo sobre el cual existen demasiados prejuicios y actitudes sociales que dificultan el pleno ejercicio de sus derechos y por consiguiente, el disfrute de la propia sexualidad. (p.34)

Asimismo, Ruiz (citado por Rivera, 2008) señala que somos seres sexuados desde que nacemos hasta que morimos, por consiguiente, la sexualidad se manifiesta durante toda la vida, aunque de diferentes maneras según la educación que haya recibido, así como la edad de cada individuo. Inclusive, el conocimiento del desarrollo evolutivo de la sexualidad accede a modificarse considerando las características particulares de su edad. 

Según fundamentan De Dios et al. (2006)
el desarrollo íntegro de las personas conlleva la aceptación del ser humano como ser sexuado y, por ello, la sexualidad debe considerarse como una parte integrante del desarrollo psicoafectivo y psicoevolutivo. Esta afirmación también debe ser reconocida y admitida para las personas con discapacidad intelectual, grupo sobre el que, todavía, existen demasiados prejuicios y actitudes sociales que dificultan el pleno ejercicio de sus derechos y, cómo no, el disfrute de la propia sexualidad.” (p.11)

 Sin embargo, Rivera (2008) opina que
no existen diferentes sexualidades, es decir que no hay una sexualidad específica para los niños/niñas, los adultos/adultas o de las personas con discapacidad; sino que la sexualidad es una sola: la sexualidad humana, la cual se manifiesta de diversas maneras según las etapas de nuestra vida. Por lo tanto, podemos concluir que todos y todas somos seres sexuados y en consecuencia, ésta forma parte integrante a lo largo de la vida. (p.163)

Desde una perspectiva completamente opuesta, Navarro et al. (2010) argumenta que en este colectivo
se presuponían manifestaciones sexuales impulsivas, no controladas y muy peligrosas, por lo que desde los planteamientos de la educación el objetivo prioritario era conseguir que no se despertara en ellas la necesidad sexual y controlar sus manifestaciones de forma represiva, a la vez que las personas del entorno tenían miedo a que estas manifestaciones se convirtieran en conductas obsesivas, al riesgo que ello conllevaba y a la vulnerabilidad ante cualquier tipo de abuso. (p.76)

Asimismo, Amor (citado por Navarro y Hernández, 2012) señala que en la sexualidad de las personas con discapacidad intelectual se tiende a considerar que estos tienen impulsos sexuales incontrolables, por lo que los padres o cuidadores incurren en la ambigüedad de pensar que ocultándolos o alejándolos de todo aquello que esté relacionado a la sexualidad hará que esta no se manifieste.

Por otra parte, Morales et al. (2011) argumentan que es evidente que los cuidadores o padres de las personas con discapacidad intelectual se niegan a aceptar que sus hijos puedan despertar su interés sexual, puesto a que suelen pensar que son eternos niños y que es imposible que estas personas manifiesten su sexualidad.

Según Manjarrés et al. (2013)
cuando se cuenta en el núcleo con un miembro con discapacidad los padres y familiares ven con preocupación el futuro de esa persona. Sienten que nunca va a poder, o nunca debería, dejar su casa; lo que hace que se generen proyectos de vida para eternos niños, dependientes de un cuidador, quien a su vez consagra toda su existencia al cuidado del hijo o hija, incluso ignorando las demandas de los otros miembros de la familia. (p.88)

Consecuente a ello,  Rodríguez (citado por Rivera, 2008) deduce que “los prejuicios relacionados con su sexualidad oscilan en los extremos de creer que por su condición no se presentan necesidades de afecto y vida sexual, son como niños o que por su sexualidad está exacerbada no tienen control.” (p.161)

Con respecto a lo anterior, Verdugo (citado por Navarro et al. 2010) establece que “todos estos mitos y prejuicios, por supuesto sin sustento científico, pueden generar muchas veces actitudes negativas hacia estas personas y actuar como barreras importantes a la hora de planificar una educación sexual adaptada.” (p.76)

Asimismo, Porres (2012) hace énfasis que el proceso educativo debe de centrar su atención en erradicarlos prejuicios y estereotipos de la sociedad y en la individualidad de cada persona, ampliando así, el desarrollo particular y social de las per­sonas con discapacidad intelectual.

No obstante, Verdugo, Alcedo, Bermejo y Aguado (citados por Olavarrieta et al. 2013) argumentan que pese a la influencia de estos diversos mitos y prejuicios que rodean la sexualidad de las personas con discapacidad, los resultados en su investigación pusieron de manifiesto que gracias a los esfuerzos que se han realizado en los últimos años para sensibilizar e informar a la sociedad y prioritariamente a las familias de este colectivo sobre la temática de sexualidad,  los prejuicios han ido disminuyendo. Sin embargo, consideran que aún queda mucho trabajo por hacer. 

Educación sexual orientada a la población con discapacidad intelectual

Porres (2012) hace énfasis que hasta hace unos años la educación sexual de las personas con discapacidad intelectual, se ha tratado muy poco y no más que en aquellos países que están más desarrollados a nivel de educación y  por supuesto en sexualidad.

Debido a que, Miller (citado por Chaparro, 2009) argumenta en su investigación que en la década de 1970 se incentivaron diferentes esfuerzos referentes a los derechos de las personas con discapacidad en cuanto a la educación sexual, donde se desarrollaron una diversidad de temáticas para guiar las necesidades de las personas con discapacidad. No obstante, producto a una variedad de factores, la lucha de estos esfuerzos disminuyó gradualmente y la educación sexual de esta población continúa siendo hasta hoy un elemento rezagado en el ámbito de la educación.  

Asimismo, Navarro et al. (2010) opinan que
aunque a partir de los años 90 ha ido incrementándose el número de estudios en torno a estos temas, todavía en el siglo XXI son escasos los trabajos realizados a nivel de intervención en los que se corrobore la eficacia de los mismos. (p.77)

Del mismo modo, Rivera (2008) fundamenta que la educación sexual del colectivo con discapacidad se encuentra muy limitado en nuestro país, debido a que las autoridades correspondientes no han  propiciado el apoyo necesario ni se han pronunciado para abordar esta temática.

Por lo tanto, Navarro y Hernández (2012) señalan que para el abordaje de la educación sexual se debe empezar de las limitantes, puesto que, inclusive actualmente esta temática se enfoca en términos de genitalidad, promoviendo actitudes de vergüenza y negación referentes a la sexualidad, así como también la omisión acerca de tales temas.

Según Morales et al. (2011) la importancia de la educación sexual radica en que tanto el ambiente como la persona con discapacidad, acepten las diferentes necesidades inmersas a la sexualidad y así poder favorecer el derecho a intentar satisfacer estas necesidades mediante conductas afectivas y de interacción social, teniendo en consideración el respeto a los demás y las normas sociales.

Puesto que, según  lo planteado por Porres (2012) las personas con discapacidad intelectual  “no solo tienen el derecho a una educación apropiada, una atención decente, una vida armónica y plena de sentido, sino también a desarrollar y fomentar toda la relación humana, incluyendo la expresión de su sexualidad”.  (p.44)

Sin embargo, el Informe Final de la Comisión de Evaluación y Recomendaciones sobre Educación Sexual (citados por Romero, 2010) argumenta que  “la educación sexual no sólo es un derecho de todo ser humano, sino que es un deber ineludible de la familia.” (p.3)

Derechos de las personas con discapacidad intelectual

Según lo establecido por González (2005) a través de la historia las personas con discapacidad han sido objeto del desprecio y el rechazo, hasta el abuso y la muerte. Debido a que culturalmente, la concepción de la discapacidad ha estado influenciada por un encadenamiento de prejuicios, mitos y estereotipos que de tal forma, promueven una actitud desigual hacia este grupo de personas.


En el transcurso del tiempo la sociedad ha sido construida para personas que no poseen una condición de discapacidad, de tal forma que se niega la existencia de cualquier persona diferente. Del mismo modo, la sociedad ha manifestado poco interés con respecto al tema de discapacidad, por lo que este colectivo siempre ha tenido que acceder a las decisiones del grupo dominante, donde la discapacidad es visualizada como una perspectiva médica y no como un tema de interés social.

De acuerdo a lo argumentado por este autor, la discapacidad desde una perspectiva de modelo médico centra el problema en la persona, considerando que el origen de su dificultad radica en la falta de destreza o en la deficiencia, igualmente, hace énfasis a la inferioridad fisiológica o biológica de la persona,  propiciando así, etiquetas o designaciones tanto de pérdida de valor como de carecía funcional.


Consecuente a ello, las personas con discapacidad  han estado en un nivel de desventaja dentro de la sociedad, siendo expuestas a la vulnerabilidad, al abuso por parte del resto de la población y a la discriminación. No obstante, Schalock y Verdugo (citados por Morentin et al. 2012) argumentan que en la actualidad se enfoca la discapacidad desde un paradigma de derecho que propicia el desarrollo del bienestar subjetivo y la calidad de vida.

Sexualidad y Discapacidad

El abordaje de la  sexualidad tiende a hacer una temática muy estigmatizada y controversial a nivel sociocultural y aún más, cuando está ori...