martes, 19 de diciembre de 2017

Mitos y prejuicios acerca de la sexualidad de las personas con discapacidad

 De acuerdo a lo planteado por Rivera (2008) las dificultades para abordar la sexualidad del colectivo con discapacidad se derivan de los múltiples mitos que rodean esta temática y no de la deficiencia individual propiamente.

Según Morales et al. (2011) los mitos son rumores sin fundamentos que se convierten en creencias cuando toda la comunidad desea que sea verdad y es así como toma fuerza a nivel cultural y se va transmitiendo y construyendo a través de generaciones en el contexto al que pertenece y por referencias familiares. Con otro criterio, la Enciclopedia Libre Universal en Español (citado por Rivera 2008) señala que un mito es considerado como “un relato que tiene una explicación o simbología muy profunda para una cultura. El término es utilizado a veces de manera peyorativa para referirse a creencias comunes de una cultura.” (p.163)

Por otra parte, Hernández (2008) establece que durante mucho tiempo la sociedad ha generado una serie no solo de mitos, sino que también múltiples perjuicios en cuanto a la sexualidad de las personas con discapacidad, surgiendo así, la ideología de que esta población no tiene sexualidad, siendo considerados  como personas asexuadas, propiciando así la implicación de dos errores.

En primer término, especularlos como seres asexuados y en segunda instancia, considerar que no tienen sexualidad; lo cual concluye que las personas con discapacidad intelectual no requieren de información sexual y por consiguiente, no necesitaran recibir educación referente a esta temática.

Morales et al. (2011) establece que la sexualidad “ha sido vista como un tabú y más aún cuando se trata de hablar de la sexualidad de las personas con discapacidad ya que se los ha visto como seres asexuados.” (p.123)

Según Hernández (2008)
la aceptación del ser humano como un ser sexuado conlleva a un desarrollo íntegro de las personas, siendo la sexualidad parte integrante del desarrollo psicoafectivo debe ser reconocida y admitida para las personas con discapacidad intelectual, grupo sobre el cual existen demasiados prejuicios y actitudes sociales que dificultan el pleno ejercicio de sus derechos y por consiguiente, el disfrute de la propia sexualidad. (p.34)

Asimismo, Ruiz (citado por Rivera, 2008) señala que somos seres sexuados desde que nacemos hasta que morimos, por consiguiente, la sexualidad se manifiesta durante toda la vida, aunque de diferentes maneras según la educación que haya recibido, así como la edad de cada individuo. Inclusive, el conocimiento del desarrollo evolutivo de la sexualidad accede a modificarse considerando las características particulares de su edad. 

Según fundamentan De Dios et al. (2006)
el desarrollo íntegro de las personas conlleva la aceptación del ser humano como ser sexuado y, por ello, la sexualidad debe considerarse como una parte integrante del desarrollo psicoafectivo y psicoevolutivo. Esta afirmación también debe ser reconocida y admitida para las personas con discapacidad intelectual, grupo sobre el que, todavía, existen demasiados prejuicios y actitudes sociales que dificultan el pleno ejercicio de sus derechos y, cómo no, el disfrute de la propia sexualidad.” (p.11)

 Sin embargo, Rivera (2008) opina que
no existen diferentes sexualidades, es decir que no hay una sexualidad específica para los niños/niñas, los adultos/adultas o de las personas con discapacidad; sino que la sexualidad es una sola: la sexualidad humana, la cual se manifiesta de diversas maneras según las etapas de nuestra vida. Por lo tanto, podemos concluir que todos y todas somos seres sexuados y en consecuencia, ésta forma parte integrante a lo largo de la vida. (p.163)

Desde una perspectiva completamente opuesta, Navarro et al. (2010) argumenta que en este colectivo
se presuponían manifestaciones sexuales impulsivas, no controladas y muy peligrosas, por lo que desde los planteamientos de la educación el objetivo prioritario era conseguir que no se despertara en ellas la necesidad sexual y controlar sus manifestaciones de forma represiva, a la vez que las personas del entorno tenían miedo a que estas manifestaciones se convirtieran en conductas obsesivas, al riesgo que ello conllevaba y a la vulnerabilidad ante cualquier tipo de abuso. (p.76)

Asimismo, Amor (citado por Navarro y Hernández, 2012) señala que en la sexualidad de las personas con discapacidad intelectual se tiende a considerar que estos tienen impulsos sexuales incontrolables, por lo que los padres o cuidadores incurren en la ambigüedad de pensar que ocultándolos o alejándolos de todo aquello que esté relacionado a la sexualidad hará que esta no se manifieste.

Por otra parte, Morales et al. (2011) argumentan que es evidente que los cuidadores o padres de las personas con discapacidad intelectual se niegan a aceptar que sus hijos puedan despertar su interés sexual, puesto a que suelen pensar que son eternos niños y que es imposible que estas personas manifiesten su sexualidad.

Según Manjarrés et al. (2013)
cuando se cuenta en el núcleo con un miembro con discapacidad los padres y familiares ven con preocupación el futuro de esa persona. Sienten que nunca va a poder, o nunca debería, dejar su casa; lo que hace que se generen proyectos de vida para eternos niños, dependientes de un cuidador, quien a su vez consagra toda su existencia al cuidado del hijo o hija, incluso ignorando las demandas de los otros miembros de la familia. (p.88)

Consecuente a ello,  Rodríguez (citado por Rivera, 2008) deduce que “los prejuicios relacionados con su sexualidad oscilan en los extremos de creer que por su condición no se presentan necesidades de afecto y vida sexual, son como niños o que por su sexualidad está exacerbada no tienen control.” (p.161)

Con respecto a lo anterior, Verdugo (citado por Navarro et al. 2010) establece que “todos estos mitos y prejuicios, por supuesto sin sustento científico, pueden generar muchas veces actitudes negativas hacia estas personas y actuar como barreras importantes a la hora de planificar una educación sexual adaptada.” (p.76)

Asimismo, Porres (2012) hace énfasis que el proceso educativo debe de centrar su atención en erradicarlos prejuicios y estereotipos de la sociedad y en la individualidad de cada persona, ampliando así, el desarrollo particular y social de las per­sonas con discapacidad intelectual.

No obstante, Verdugo, Alcedo, Bermejo y Aguado (citados por Olavarrieta et al. 2013) argumentan que pese a la influencia de estos diversos mitos y prejuicios que rodean la sexualidad de las personas con discapacidad, los resultados en su investigación pusieron de manifiesto que gracias a los esfuerzos que se han realizado en los últimos años para sensibilizar e informar a la sociedad y prioritariamente a las familias de este colectivo sobre la temática de sexualidad,  los prejuicios han ido disminuyendo. Sin embargo, consideran que aún queda mucho trabajo por hacer. 

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